COMO EL MEMBRILLO



COMO EL MEMBRILLO

Un día vi a la abuela hacer dulce de membrillo.
Toda la casa olía a aquel manjar
humilde y poderoso que brincaba
en espíritu de la cazuela,
cual rayo almibarado en lo sutil.
Mi madre, su nuera, celebraba el proceso,
aplaudiendo, impregnada
 del olor de aquel fruto.
Despertaba ilusiones su ovación entusiasta
y un reflejo infantil le invadía la mirada.
Si lo pienso bien, mi madre era dulce y ácida
como el membrillo que descubrió  ese día
un horizonte nuevo a mis sentidos.
Tenía las manos cálidas y algodonosas
y su caricia era de tierra y de verdad.
Sus ojos eran la simiente de la luz,
pues el amor abatió sus alas desde el fondo
y no dejó resquicio a la tiniebla.
 Era un pozo de olvidos sin medida.
el agua fresca de su risa.
No cultivó memorias de desquite
y regalaba semillas de indulgencia
y brotes nuevos de esperanza
allá donde el terreno se agrietaba
y los seres clamaban comprensión.
Todo lo iluminaba su inocencia,
revestida de gracia y de bondad.
Reconciliaba el cielo con la tierra
su mirada encendida de sorpresas.
En su regazo moraban golondrinas,
verderoles, colibríes…
que trinaban al verme regresar a la casa
que era de todos, por ser suya.
Un gorrión volaba en su entrecejo,
con aspecto de cuco grácil y atrevido.
Todo se fue en un vuelo,
ella con sus aves y sus trinos,
con el murmullo alegre de sus ojos.
Y , sin embargo, todo queda conmigo,
sin ella, con ella en mi recuerdo…
Dulce membrillo, evaporado y firme
en el súbito aplauso de mi madre,
que hasta el final fue niña e inocente.
Eternidad vibrando en cada instante,
mientras pasa el amor, blanca gaviota.

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